Se inaugura una nueva sección en el blog. Dixit, lo que cuentan los amigos que viajan, porque las mejores historias las encontramos entre las hojas del pasaporte. Los dejo con el relato de Nico, a quien pueden seguir en su instagram: @nicohorbu
******
“Cuando la fantasía y la realidad se encuentran suele ser decepcionante” reza la frase, y ese era justamente uno de mis mayores miedos cuando por fin pude embarcarme con destino a Augusta, allá por Abril del año 2016. No era para menos mi temor, ya que ese era un viaje que sin dudas formaba parte de mi “to do list”, y casi nunca en esta vida se está cerca de un día que uno ha esperado por veinte años. Si, leyeron bien, VEINTE AÑOS.
El Masters es uno de los cuatro torneos “majors” del golf, y el único que siempre se disputa en el mismo campo: el mítico Augusta National, un jardín del edén en la tierra y sueño de todo golfista alguna vez jugar ahí. ¿Cómo se hace esto? Simple, pero muy difícil. Sólo por invitación. La semana del torneo lo hacen los 50 mejores del ranking mundial y algún que otro campeón anterior. El resto del año, el club cierra sus puertas al público y sólo juegan sus cerca de 300 socios, todos millonarios, claro. Lo único que hay que hacer entonces, es conocer a alguno de estos miembros y conseguir que lo inviten. Y como mis habilidades para este deporte siempre dejaron mucho que desear, y todavía no tengo ningún amigo millonario, no me quedó otra alternativa que pagar la entrada. 280 dólares. Si, leyeron bien nuevamente.
Así que unos días antes del comienzo del torneo, tomé un vuelo a Miami, y allí alquilé un auto para recorrer los casi 1000 kilómetros que me separaban de mi destino final. La primera parada fue Daytona Beach para visitar a Pedro, un amigo de Cipolletti que hace años vive con su novia en esa playa de la Florida. Luego de dos días seguí camino y pasé por Savannah, una hermosa ciudad ya en el estado de Georgia, famosa entre otras cosas, por ser el lugar donde se filmaron varias escenas de la película Forrest Gump.

Posterior a esto arribé a Millen, un pueblo a unos 50 kilómetros de la cancha de golf. Había decidido parar ahí por una cuestión meramente económica: durante el torneo los precios de los hoteles en Augusta se van por las nubes, y por 30 dólares la noche había conseguido alojamiento allí. “Te van a sacar los órganos en ese motel de mala muerte” me había advertido la propietaria de este blog. Pero la verdad es que la habitación era más que decente, (de las mejores de ese viaje), y la amabilidad de sus dueños, me hicieron sentir en carne propia la famosa “hospitalidad sureña”

Al otro día, con toda la ansiedad del mundo, me levanté a las 5 AM y emprendí el viaje. Los tickets los había comprado por una página web y debía ir a retirarlos a un lugar cerca de la cancha, lo cual le sumaba todavía un poco más de incertidumbre a la cuestión. 280 dólares, semejante viaje y lo único que faltaba era quedarme en la puerta. Por suerte no hubo ningún problema con esto, y minutos antes de las 8, ya me encontraba haciendo la fila junto a otros miles de fanáticos para ingresar.

¿Qué puedo decir de adentro? Nada que se pueda explicar con palabras. Vi con mis propios ojos los hoyos y paisajes que siempre me maravillaron por televisión. Almorcé en la tribuna del 12. Caminé por el fairway del 15. Vi a grandísimos jugadores ejecutar golpes a metros de distancia. Me gasté otros cientos de dólares en recuerdos. No me quería ir. Lloré. Juré volver.



Cuando emprendí el regreso hacia Millen, ya en las afueras de Augusta, decidí parar en un Dunkin Donuts. Ordené, como siempre, un café con leche y una dona glaseada con frutilla.

Recuerdo que mi pobre inglés despertó la curiosidad de la empleada que me tomó el pedido.
–Where are you from? – preguntó. Cuando le respondí que era de Argentina, expresó enérgica:
– Ohh. Argentina. South America. Tango –
Y si, la verdad. Veinte años no es nada.