El 28 es el tranvía que todos dicen que hay que tomar. Lo dice la Lonley Planet y los blogs de viajes. Y nosotros lo esperamos. Los esperamos durante 45 minutos. Atrás nuestro se fue formando una fila de otros que, como nosotros, sabían que ese era el tram que debían tomar. Hasta entré a la farmacia para cerciorarme de que no estábamos haciendo el ridículo y que la parada era allí, donde estaba el cartel que decía 28. 
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Cuando llegó, el único vagón iba tan pero tan lleno, que el conductor ni se dignó  a dirigirnos una mirada de disculpa. Siguió de largo con la impunidad de saber que los que nos quedábamos abajo no llegábamos tarde a ningún lado. 
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Como un signo de protesta me salí de la fila y decreté que no tomaría ese tranvía, por muy pintoresco  que fuera su recorrido, por muchísimas ganas que tuviera, aunque me estuviera perdiendo tan buenas tomas. Nos fuimos a la parada del 15, que tardo diez insignificantes minutos en llegar. Lo mismo valió la pena, a veces hay que borrar con el codo lo que otras manos escriben en las guías de turismo. 
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